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Las ondas de la partícula

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Se nos suele inducir a qué la discusión es sobre si el electrón sea sólo onda o sea sólo partícula, una de las dos.

En el discurso típico se insiste en presentar que ser partícula y ser onda son opciones exclusivas de una cuestión.

Pienso que una forma natural de conciliar las observaciones experimentales sería admitir que todas las partículas son realmente composiciones de ondas y que a partir de cierta escala eso se van notando.

¿Es una tela una superficie o una rejilla? En un contexto usual, es una superficie y así la usamos para cubrirnos, cubrir cosas, incluso cargarlas. Pero, más de cerca, es una rejilla que deja pasar los líquidos, gases y, a nivel microscópico, tiene un aspecto muy diferente al usual.

Así, un electrón, en cierto contexto usual, puede ser tratado como partícula, pero observado en un contexto más aislado, nos muestra más claramente una naturaleza ondulatoria, una pista del tramado de la tela del universo que habitamos.

En el experimento de la doble rendija, un electrón aparentemente deja más de una huella. Es decir, de algún modo, se ve más de uno. Entra entonces un modelo probabilístico para hablarnos de otro tipo de existencia a ese nivel. Pero quizás sería más sencillo pensar que estamos contemplando el reflejo de las otras opciones a través del tul que se transparenta por las condiciones del experimento. Las probabilidades serían en realidad nuestra proximidad a esas otras realidades.

Si nos cerramos en la realidad única del modelo físico actual, cuando observamos dos imágenes, pensamos en dos objetos existiendo. ¿Cómo diferenciar un objeto de su reflejo? Pues su reflejo sería simétrico. ¿Cómo diferenciar un objeto de su proyección? Pues su proyección no tendría otras de sus propiedades físicas.

Pero quizás nos estamos perdiendo otra pregunta: ¿Cómo diferenciar un objeto de esta realidad de otra contigua? Es una pregunta que requiere usar otro modelo. En lugar de hacerlo, la física ha insistido en mantener el de la realidad única, agregándole conceptos que se van haciendo notoriamente enrevesados, artificiales, disonantes. Me recuerda a los modelos planetarios sofisticados, forzados al máximo para lograr que siempre la Tierra estuviera en el centro del universo. Cuando se admitió que la Tierra podía ser un satélite más del Sol, el modelo se simplificó y muchas otras cosas comenzaron a poder ser explicadas de mejor manera.

En una cuarta dimensión, si los habitantes de ella pusieran cosas ante nuestra percepción, para nosotros sería como si aparecieran de pronto, como de la nada. Su voz nos parecería venir de todos lados, o de dentro de nosotros. Se parece tanto a experiencias descritas en diversos testimonios que me parece claro incorporar esas ideas a la exploración.

Cuando admites una dimensión más, sería posible ir de un lugar a otro sin pasar por los puntos intermedios de nuestro espacio, si saltamos a esa dimensión desde donde estamos y luego descendemos en nuestro destino. Del mismo modo que una pulga puede ir de un punto a otro de un hilo extendido, sin caminar por él.

Ese hilo es como nuestro universo percibido.

Imagina una cuerda formada por multitud de hilos como el nuestro. Y a nuestra conciencia como un puntero que es capaz de apuntar a solamente uno de aquellos hilos a la vez. Podemos vernos como una hormiga, viajando aferrada a un único hilo. O como una pulga ciega, que va saltando de hilo en hilo, pero cree que se trata del mismo hilo porque no admite que los demás existan.

Pienso que la cuántica puede explicar lo que pasa, del mismo modo que los complejos sistemas ptolomeicos también podían explicar lo que pasaba. Pero opino que estamos orientando demasiado de nuestros mejores recursos y esfuerzos para abrirnos paso en una selva de complejidad. Las selvas, lo salvaje, es el campo donde se impone la ley del más fuerte. No puedes pedir permiso al león para explorar en otro lado. Simplemente tienes que atreverte y buscar por ti mismo.